Quizás cuando
lean estas líneas estaré extasiada mirando las Perseidas, ese torrente de
meteoros cuyo pico de ocurrencia es precisamente en esta época.
Si la Providencia estuviera de mi parte, tal
vez también hubiese chance de una Aurora Boreal, esa que me ha eludido tantas
veces.
Es que este fin de semana voy a debutar como
campista.
Un sueño no cumplido de mi infancia en
Venezuela y tampoco aquí en Canadá, pues mi muy británico esposo solía decir
que “acampar es el equivalente a gastar mucho dinero para vivir como mendigo”.
Ya tengo listo mi morral de exploradora, mi
saco de dormir y mi linterna.
Mi familia, mascotas incluidas, me llevan con
ellos de campamento a las montañas este sábado. Mi mayor preocupación, los
osos, no son un tema pues aparentemente el área está protegida.
Pero como siempre, mi anticipación ante esta
aventura enciende una gran fogata en mi cabeza. Ese crepitar interno ante el
prospecto de descubrir algo nuevo, esos chispazos de curiosidad ante lo
desconocido.
Es allí donde me detengo a pensar que
realmente, sin saberlo, soy una exploradora, aunque nunca haya salido de
“camping”.
No estoy sola en ello.
Creo que todos quienes intentamos esto que
llaman “escritura”, nos encontramos todo el tiempo rastreando cavernas
internas, acantilados vertiginosos, regiones desconocidas del espacio, de la
mente, de la memoria, del tiempo.
En mi experiencia exploratoria, descubrir un
rayo de luz en la palma de mi mano, o sentir el roce de una mariposa sobre mi
cabeza, constituyen un gran descubrimiento.
Ya les contaré cómo terminó mi experiencia de
campista.
Perseidas y Auroras Boreales, o si más bien tendré
que darle la razón a mi sabio esposo.
Yo por mi parte continuaré sondeando caminos sin
moverme de mi sillón, mi espacio brillante, donde imaginación y vida encienden mi
fuego vital.
Solo espero que mi fin de semana como campista
no sea eso que llaman:
¡Debut y despedida!